Translate

lunes, 18 de enero de 2016

IDENTIDAD

Catedral, Centro Histórico Ciudad de México


Sentando en el jardín de la biblioteca central leyendo sobre los números primos,  me percato de un tenue sonido que me hace levantarme para caminar hacia él, se trata de las notas de El negro José, interpretada en un ensayo de tres chicos con la quena y la flauta; ¿Por qué levantarme y dejarme guiar para llegar hasta el lugar de donde proviene esa melodía?, es simple, es un recuerdo arraigado, un rastro de la nostalgia, una sonrisa en el rostro, una historia que tiene origen unos años atrás, en los primeros días de estar en Nueva York, en un sistema de metro que tiene más de dos vías por sentido en las cuales podían coincidir más de una línea y que confundieron a mi mente acostumbrada a un línea y una sola vía.
                Era invierno y yo de regreso a mi entonces morada, llegué a la estación de la calle 59  Columbus Circle, huyendo del frío me apresuré a entrar a la estación y al buscar la línea que me conducía a mi destino seguí las señalizaciones, al esperar el tren sólo veía pasar trenes de una línea que no correspondía a la que yo estaba cierto pasaba por ahí, decidí entonces preguntar a las personas por el tren que yo debía abordar, todas las indicaciones me confirmaban que estaba en el sitio correcto, sin embargo al estar acostumbrado a un metro en el cual sólo pasan trenes de una sola línea por vía me quedé un poco confundido, y entre el titiritar de frío, sentirme perdido y desconfiar en si mi entendimiento del inglés había sido bueno; escuché El negro José, el sentirme conectado un momento con mi raíz latina  en un lugar de preocuparme por el tren y que ya era tarde sólo me perdí un momento en aquellas notas de una canción que en cualquier otro momento hubiera pasado desapercibida para mí.
                Y así fue como siendo un extraño en tierras ajenas en un instante de ansiedad por así llamarlo, con el espectáculo de músicos ambulantes del metro, me sentí identificado y por un momento no tan perdido, ¡Al fin algo conocido en medio de la ciudad del éxtasis! Todos hemos sido extraños en algún momento, la primera vez que fuimos a la escuela o cambiamos de casa, a otra escala y dimensión también nos convertimos en migrantes.
                Migrar al final de cuentas es solamente un cambio de residencia sin una temporalidad definida por un diccionario o mandato. Sea a donde sea que vayamos y el motivo que nos impulse buscaremos siempre algo que nos recuerde de dónde venimos y de probablemente por eso miramos al cielo porque la luna, el sol y las nubes nos cubren a todos por igual.
                Así como en su momento los que llegaron de provincia a esta ciudad fundarían su lienzo charro, o en los barrios chinos de sin número de ciudades se encuentran sus fabulosos arcos y farolitos; en cualquier caso se busca personalizar un espacio para aquello que culturalmente nos es propio, en donde se puedan realizar las actividades anheladas en un ambiente que no nos sea tan ajeno.
                Y así llegamos a los pueblos o  ciudades preguntando por “el centro, zócalo, palacio municipal o símil”, pues son configuraciones urbanas que hemos aprendido, la plaza pública como detonante del espacio público y la ciudad alrededor de la cual se encuentran los centros de gobierno, religiosos y de comercio, nos son familiares pues básicamente así se encuentran todos nuestros jardines y plazas por lo cual todos nos sentimos mexicanos al estar parados a mitad de la Plaza de la Constitución (“Zócalo” de la Ciudad de México) sin importar si venimos de Tijuana , de Tapachula o de unos cuantos brincos alrededor. La plaza pública se convierte en el punto de origen de la vida de nuestros pueblos, barrios y ciudades, quizá sea por ello que siempre que se alude a al barrio o lo vernáculo como muestra de mexicanidad más allá de la imagen de la artesanía colorida o la mera postal.

                En ciudades cada vez más iguales a lo que podemos encontrar en cualquier otra parte del mundo, nos dejamos seducir por los brillos de las torres cubiertas de cristal por un lado y aprender a vivir en estaciones dormitorio construidas en serie con espacio para un auto acomodados en retículas perfectas; añoramos entonces los centros de esas ciudades, pueblos y barrios en donde vivimos de niños, en donde más importa lo público que lo privado y se consolida el sentimiento de pertenencia social en el espacio público. Entre añoranzas tratamos de retornar a esas memorias a través de los colores, la maceta en la ventana y la búsqueda de la esquina más icónica para comer tacos o simplemente platicar.
El color como parte importante de la casa mexicana

                Formamos ciudades y cuando estas nos son impuestas las adaptamos a nuestra prexistencia y simplemente las abandonamos por que es quizá el colectivo más importe que el individuo por si solo.



FILUX Ciudad de México