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martes, 21 de junio de 2016

LA LUCHA POR EL ESPACIO


En estos tiempos en los cuales la contingencia ambiental es ya un ingrediente más a la cotidianidad, la lucha política y económica con una cortina ambiental se desarrolla en un discurso en el cual se afloran pasiones y argumentos que pudieran ir más allá de la utopía aplicada a una Megalópolis de este calibre. La señalización tan corta que se ha centrado en la combustión de los automóviles y deja atrás el hecho de que en esta zona  a la que llaman Megalópolis que rebasa los límites territoriales antes conocido como Distrito Federal hoy Ciudad de México, que concentra la mayor actividad económica e industrial del este país, lo que conlleva no sólo a las emisiones producidas por  los corredores industriales como el que va de la zona del Circuito Mexiquense hasta la zona de Tepotzotlán, el ubicado entre Tlalnepantla- Azcapotzalco – Naucalpan, en Xalostoc, o la zona Iztapalapa – Iztacalco sino también los de la zona Puebla-Tlaxcala y Toluca que como si fuera poco el movimiento de personas y mercancías entre estas zonas y otras de también incesante actividad industrial como la del Bajío y el aeropuerto más importante del país. Esta gran zona urbana es afectada con un desbordamiento incontenible y perdida de sus reservas territoriales y ecológicas a merced de un desarrollo inmobiliario y clientes electorales.
      
      Se presenta al uso de la bicicleta como medio de transporte alternativo y las calles peatonales como una gran idea para resolver los problemas de movilidad pensando que por antonomasia se solventaría el estrés ambiental por la emisión de gases de efecto invernadero sin considerar las kilométricas distancias que se tienen que recorrer en esta ciudad para poder ir de un punto al otro, una ciudad en la cual ir del punto A al B tiene tiempos mínimos pero no se puede fijar un máximo pues es impredecible saber si las dos horas de camino se pudieran convertir en cuatro por  una marcha, un camión descompuesto, por obras de mejoramiento o por un acto que quizá pareciera tener origen sobrenatural sin explicación alguna.

      Y en la catarsis de ideas y opiniones cada quien toma su partido, el peatón defiende la banqueta y su primacía en el uso del espacio público, el ciclista por  su parte defiende y toma como suyos el Cardo y Decumano que se transforma en ocasiones sinuosidades y platos rotos que rigen el flujo de esta ciudad, es evidente que el automovilista también defienda su posición y exigencia del derecho a transitar. En una cultura que aprendió por más de medio siglo a emular el ideal urbano de Los Ángeles y un país en donde la metrópoli es el ejemplo de las satélites pensar en llegar a 5% de viajes en bicicleta pudiera quedar como un emblema del elitismo y segregación de la ciudad, pues sólo aquellos que vivan cerca de las zonas centrales en las que estos medios se implementan estarían en condiciones de ser usuarios siendo que para la realidad del grueso de la población sin acceso a la ciudad esto es poco factible, pues, entre camiones con personas colgando de las puertas y viajes en metro en los que ser escapista se convierte en necesidad  hacen ver a estas acciones como simples copias de modelos tropicalizados que quedan superados por mucho ante la realidad de nuestro viajes de Tenayuca a Coyoacán o Ixtapaluca a Santa Fé.

      Vivimos en una ciudad en dónde la centralidad conlleva un precio muy alto por el cual pagar, ya sea dinero, sacrificio del espacio  para las actividades al aire libre o la seguridad, y el suburbio crece por dos razones una para alejarse del centro y su degradación y la otra por carencia de los recursos que obligan a las personas a moverse hasta el lugar que puedan pagar. Las distancias generadas por la dispersión de la ciudad genera la necesidad de la movilidad motorizada en dónde la superficie de asfalto no alcanzaría para colocar a todos los vehículos en fila sobre ella, el transporte público de grandes masas como el metro es quizá la mejor opción pero una ciudad que desborda no puede pensarse resolver únicamente mediante éste. El demerito de la calidad de vida se da como resultado de una ciudad en donde los fraccionamientos diseñados para clases medias y altas contrastan con las colonias populares más allá de la calidad de la vivienda o nivel socioeconómica de sus habitantes es el equipamiento y calidad de sus espacios, mientras en unos el espacio público, zonas recreativos ha tenido mejor cuidado pues es el símbolo del público en las colonias de origen más irregular ha sido despreciado pues en un sitio en las carencias son muchas la vida pública y el esparcimiento guardan un lugar menos prioritario en la vida de los habitantes que luchan por un espacio en el cual acogerse.


      La política ambiental entonces debería ir muy de la mano con la política social de esta ciudad que ha creado segregación de los grupos sociales cada uno en su área dependiendo de sus posibilidades, unos han decidido enclaustrarse en sus clusters para convivir sólo con “sus similares” mientras que otros han sido relegados al abandono, con carencia de medios que les permitan lograr su desarrollo pleno e integral. Una política de transporte público eficiente para acercar a aquellos que no cuentan con los beneficios de la ciudad en sus propios lugares de origen debería ser acompañada de una política de redensificación sin que esto signifique llevar al hacinamiento de las personas cual Nueva York del siglo XVIII lo que permita liberar espacios para crear aire luz en las ciudades; crear seguridad en el transporte que permita su confiabilidad a la par de ampliar los horarios de servicio 24 horas sería una buena antes de comenzar a debatir sobre la idea de dejar de contar con la cantidad de cajones de estacionamiento actualmente solicitados en las construcciones, propuesta del Instituto de Políticas para el Transporte y el Desarrollo (IDTP). La ciudad crece en integrantes pero eso no debería significar que deba crecer a de igual forma a costa de la calidad de vida de sus habitantes.